El mal de amor se cura

El mal de amor se cura
con dos o tres pastillas
en proporciones bien equilibradas.
Si tus mañanas son especialmente dolorosas
una mitad, un cuarto,
-aunque más-

Entonces la cocina o la oficina
serán toda otra cosa.
En casa por ejemplo
dejarán de desquiciarte sus ruidos:
de platos, de puertas o de vísceras.
En la oficina las pullas de tu jefe,
la gélida ceguera del muchacho más bello
o la preferencia de tu amiga por la nueva,
desaparecerán.
A la hora de la siesta, puede ser necesario
un poquito más,
los grises del cielo, el azúcar
que agoniza en tu sangre
la tristeza infinita la ausencia
y las dudas en la piel.
A la noche, ¡gran dios!, a la noche
hay que tomar la grande, la que toma
media parte de la humanidad
(pero, cuidado, si vas a conducir o manejar
máquinas que cortan,
no se recomienda… ¡mentira!.
Todos esos que dibujan
su trazo por las rutas
los ojos medio ciegos
la mano en la palanca
están –como vos- navegando
en la tregua de la pena.
Los reflejos dormidos,
la mirada doblada,
Y una melopea entre los dientes,
si se estrellan lo hacen
en infinita paz,
no se alteran sus latidos,
la presión de sus arterias)

A la noche, decía, tus sueños se abrirán
en ventana de Windows
Con música de circo.
Podrás poner replay y mirarlos
cuadro a cuadro
a pantalla completa.
Pero su contenido será,
un pastiche de tu día gris sin sobresaltos
que te dará risa.
Por la tarde podrás mirarte las novelas
Tu corazón latiendo cuidadoso
Por la dama o el galán,
el villano y la malvada.
La presión en su sitio,
La cabeza como jaula vacía
de un zoo abandonado.
Eso sí, recomiendo
que no compres tus píldoras
en la farmacia del barrio.
Todos dirán “¡mirala a la doctora,
mirala a la abogada
la artista, la de enfrente.
Su mirada cambió
ya no mira desde el negro
fondo de sus cuencas,
y esas ojeras de melancolía,
ya no tiene esos huesos a la vista
exoesqueleto dos talles más grande,
rellenó su trasero, sus pupilas relucen
como ojos de muñeca,
párpados al medio, vocecita lenta!”

Recomiendo comprar en farmacias lejanas,
A lo sumo el vendedor
dirá: “Aquí viene otra en su edad
A curar su terror con las mismas porquerías.”
Si es filósofo dirá
“la muerte no se frena con toda esta botica.”
Y si es poeta:
“belleza en la mirada pegada
triste a un cráneo lleno de metáforas,
andar de línea fina de dos dimensiones,
dibujo del alma.”

Las penas de amor se curan
con dos o tres pastillas
En los gramos correctos. Desatan
El nudo que se hace en la garganta
y ya no hay nudo en el estómago que acoge
lo que pudo pasar por ese trance.
Se transforma de globo inflado de gases venenosos,
en tónico dulzón a las mucosas de la digestión.
Se disuelve todo ardor de vinagre,
el alimento circula alegremente
y llega al color de las mejillas
y al hueco de las ropas de siempre.

El mal de amor se pasa…

Sin embargo, sin embargo, sin embargo,
no lo quiero curar,
no quiero echar baldes a los fuegos interiores
no quiero curar la diatriba del verso
no quiero que me lobo
tomicen el dolor
no quiero las químicas armas
y el olvido del dictum que me acosa.
No quiero ir por ahí
Cantando canciones de la radio
buscando otros amores
no quiero saludarlo en una esquina
como un buen recuerdo.
Quiero arder de dolor.

Pero tomo mis pastillas
me duermo como perro si lo dejan entrar
miro con alegría la gente que me cruza
que mira con alegría, y cura el mal de amores
con las mismas pastillas
hermanos de farmacia, hermanos de la química, beatos vencedores…

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Biobibliografía

Genoveva Arcaute.
Nació en 1953 en La Plata. Es Profesora de Lengua y Literatura y Profesora de la Red Nacional de Formación Docente en la Facultad de Humanidades, de La Plata.
Colaboró en la revista “Humor".
Es coautora de la pieza teatral “De Dulce de leche y de chocolate” en cartel desde 1983 hasta 1992 en La Plata y Capital.
Ganadora del festival de teatro Independiente año 1988.